LA LECTURA: UN REFUGIO, UN PUENTE, UNA LIBERACIÓN
En un mundo dominado por la inmediatez, donde las pantallas parpadeantes y los mensajes efímeros reclaman nuestra atención constante, el acto de sentarse con un libro parece, para algunos, una reliquia del pasado. Nada más lejos de la realidad. Fomentar la lectura no es un capricho nostálgico, sino una imperiosa necesidad cívica, intelectual y humana. Es la semilla para construir individuos críticos, empáticos y, en última instancia, sociedades más libres.
La lectura es, ante todo, el gimnasio de la mente. Al igual que un músculo, el cerebro necesita ejercicio para mantenerse ágil y fuerte. Leer exige concentración, un bien cada vez más escaso. Desentrañar argumentos complejos, seguir hilos narrativos y retener información fortalece nuestra capacidad de atención, nuestra memoria y nuestro pensamiento crítico. Un ciudadano que lee es un ciudadano menos manipulable, capaz de cuestionar, analizar y formarse una opinión propia frente a la avalancha de titulares simplistas y discursos polarizantes.
Pero su valor trasciende lo intelectual. Un libro es una máquina del tiempo y un portal dimensional. Nos permite vivir mil vidas, recorrer países lejanos sin movernos del sillón y, lo más importante, ponernos en la piel de otro. Esta es la magia de la empatía. Al seguir las vicisitudes de un personaje radicalmente diferente a nosotros, comprendemos sus motivaciones, sus miedos y sus alegrías. La lectura rompe barreras de cultura, género, ideología y época, enseñándonos que, en el fondo, los anhelos y temores humanos son universales. En una sociedad fragmentada, esta capacidad de entender al "otro" es un antídoto poderoso contra la intolerancia y el odio.
Además, en un entorno de sobreestimulación constante, un libro ofrece un refugio de calma. El ritmo pausado de la lectura profunda invita a la introspección, a la desconexión del ruido exterior para conectar con nuestro mundo interior. Es un espacio de soledad elegida y productiva, donde podemos procesar nuestras emociones, encontrarnos a nosotros mismos y desarrollar una voz interior propia, alejada del zumbido constante de las redes sociales.
¿Cómo fomentar este hábito? La respuesta no está en imponer, sino en seducir.
Desde la infancia: El ejemplo es fundamental. Los niños que ven a sus padres leer, naturalizan el libro como un objeto de placer. Leerles en voz alta antes de dormir no solo fortalece vínculos, sino que abre su imaginación a universos infinitos.
Acceso y variedad: Las bibliotecas públicas son faros de cultura que deben ser fortalecidos. Además, es crucial entender que no hay "lecturas mejores". Un cómic, una novela juvenil, un libro de poesía o una biografía son puertas de entrada igual de válidas. El objetivo es que cada persona encuentre *su* libro, aquel que le haga decir: "¡Esto es para mí!".
Desmitificar: Hay que quitarle la etiqueta de obligación académica o actividad elitista. Leer por placer es el fin último.
Fomentar la lectura es, en esencia, una apuesta por el futuro. Es invertir en ciudadanos más preparados, más comprensivos y más libres. Es proveer de herramientas para navegar la complejidad del mundo con discernimiento y corazón. Un libro abierto es una mente expandiéndose, y una sociedad de lectores es, sin duda, una sociedad con más oportunidades de progresar en humanidad. No dejemos que este faro se apague.
Agradezco a Rafael Armando Rivera director de ATMAN, su invitación para formar parte del equipo de esta Revista, tan plural y diversa, creando para mi colaboración la sección TEOLOGÍA DEL MAS ALLÁ: ENTRE LA FE Y EL MISTERIO. Gracias .
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