EL RINCÓN DE ESTHER - MISTERIOS DE LA HUMANIDAD


ESTHER MARÍA PANIAGUA

ESPAÑA

 Magia y demonios en Mesopotamia: el lado oculto de la primera civilización


     Cuando pensamos en Mesopotamia —la tierra entre los ríos Tigris y Éufrates, cuna de ciudades como Ur, Babilonia o Nínive— evocamos tablillas de arcilla, zigurats y reyes legendarios. Sin embargo, para los antiguos habitantes de esta región, el mundo no estaba hecho solo de ladrillos y leyes, sino también de fuerzas invisibles. La magia y los demonios eran parte del tejido cotidiano: determinaban la salud, el sueño, la fertilidad y la muerte.

La magia: ciencia sagrada de los dioses

   En sumerio y acadio, la palabra “magia” (šiptu) no tenía connotación negativa: era simplemente el arte de canalizar los poderes divinos contra el mal.

     Los principales especialistas eran:

Āšipu: exorcistas-sacerdotes, encargados de identificar espíritus y expulsarlos. Se los consideraba agentes del dios Ea/Enki, protector de la sabiduría.


Āšû: practicantes de magia más ambigua, acusados a veces de hechicería dañina.

     Un ritual típico combinaba palabra, objeto y acción. Se recitaban conjuros mientras se manipulaban figurillas de demonios, se quemaban ofrendas o se rociaba agua purificadora.


Ejemplo de conjuro (texto acadio, de la serie Maqlû):

“¡Fuego, quema a mi hechicero!
¡Agua, arrástralo!
¡Montaña, sepúltalo!
¡Pantano, trágalo!”

Demonios: moradores del caos

     En Mesopotamia, los demonios (utukku, gallu, lilu) no eran simples diablos. No existía una clara división entre “ángeles” y “demonios” como en religiones posteriores: el mismo ser podía ser maligno o protector según el contexto.


Los más temidos

Lamashtu: demonio femenino con cabeza de león, cuerpo humano y garras. Atacaba a mujeres embarazadas y bebés recién nacidos. Para alejarla, se colocaban amuletos bajo las cunas.

Pazuzu: demonio del viento del desierto, con rostro grotesco, alas y cola de escorpión. Aunque temido, era invocado como protector contra Lamashtu.


Lilû y lilītu: espíritus nocturnos que rondaban las camas de los hombres y mujeres. Se les atribuía la capacidad de robar energía vital y provocar pesadillas. Son los ancestros lejanos de la figura de Lilith.



Gallu: demonios enviados por el inframundo para arrastrar a los vivos a la morada de Ereshkigal, diosa de los muertos.


La fuerza de los símbolos: amuletos y estatuillas

     El arte mesopotámico estaba cargado de simbolismo mágico. Los demonios no eran solo conceptos abstractos: se les daba rostro y forma tangible para poder enfrentarlos.

Amuletos de Pazuzu: eran pequeñas figuras de bronce o terracota. Mostraban un cuerpo humanoide con alas, cabeza monstruosa, ojos prominentes, boca abierta, y la inscripción: “Yo soy Pazuzu, hijo de Hanbi, el gran rey de los espíritus del viento.” Estos se colgaban en el cuello de mujeres embarazadas o se colocaban sobre la cama.


Tablillas de Lamashtu: representaban al demonio con cabeza de león, garras, y pechos colgantes, a menudo sosteniendo serpientes. Bajo sus pies aparecían burros o perros, símbolos de impureza.


Estatuillas protectoras: se enterraban bajo las casas o palacios. Algunas representaban seres híbridos como el apkallu (sabio con cuerpo humano y cabeza de ave o pez), que actuaba como guardián espiritual.


Sellos cilíndricos: objetos cotidianos grabados con escenas míticas, que además de servir para estampar documentos, tenían función protectora.



     Estas imágenes actuaban como una magia visual: al darle forma a lo invisible, el peligro se volvía controlable.

Magia y religión: una frontera difusa

     En Mesopotamia la magia no estaba reñida con la religión oficial. Los rituales mágicos se realizaban en templos, y los sacerdotes eran a la vez médicos y exorcistas.

     La visión era simple:

Los dioses eran los garantes del orden.
Los demonios encarnaban el caos.
La magia era el puente humano para pedir a los dioses ayuda contra el caos.

Ecos en otras culturas: la herencia mesopotámica

     La tradición demonológica mesopotámica no quedó encerrada en el Creciente Fértil: viajó a través de siglos e influenció a muchas culturas posteriores.

Hebreos: el espíritu Lilītu reapareció como Lilith, figura demoníaca nocturna en la tradición judía.
Griegos: la idea de espíritus que causan enfermedades se refleja en los daimones griegos, y más tarde en el concepto de “miasma” (impureza).
Cristianismo primitivo: absorbió la práctica de los exorcismos y la idea de demonios causantes de tentaciones y enfermedades.
Islam: los djinn, seres invisibles que pueden ser benignos o dañinos, recuerdan a los espíritus mesopotámicos en su ambigüedad.

Línea temporal comparativa

2000 a.C.: aparición de conjuros contra lilû en tablillas babilónicas.
1000 a.C.: auge de los amuletos de Pazuzu en Asiria.
600 a.C.: Lamashtu aparece en tablillas de conjuros populares.
Siglo V a.C.: Lilītu se transforma en Lilith en textos hebreos como el Talmud.
Edad Media (siglo XIII d.C.): Lilith se convierte en un ícono del demonio femenino en la tradición judía y cristiana.
Edad Moderna: Pazuzu resurge en el cine (El Exorcista, 1973), mostrando cómo estos mitos aún laten en nuestra cultura.

Conclusión: un mundo donde lo invisible era real

     Para los habitantes de Mesopotamia, el universo estaba poblado de fuerzas invisibles, algunas hostiles, otras protectoras. La magia no era un pasatiempo marginal, sino una herramienta cotidiana para vivir en equilibrio. Los demonios tenían nombres, rostros y atributos específicos, y combatirlos requería conocimiento, fe y ritual.

     Hoy, al leer sus tablillas y observar sus amuletos, descubrimos que la primera civilización no solo inventó la escritura y las leyes, sino también uno de los sistemas más completos de defensa contra el miedo más antiguo de la humanidad: lo desconocido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario